La pandemia que azota al planeta entero desde hace ya más de un año puso al descubierto muchas falencias en los sistemas de salud de los diferentes países. Una de ellas fue la escasez de personal, en especial, de enfermeras. Si bien en estos tiempos de crisis sanitaria mundial eso se evidenció de una manera más clara, la problemática ya estaba expuesta desde hacía varios años atrás. Y eso no sucede, como podría pensarse rápidamente, en los países periféricos y con menos recursos. También las naciones desarrolladas y con altos niveles de PBI (producto bruto interno) e ingresos per cápita son ejemplos de esta situación. El caso de Canadá es emblemático para abordar este panorama crítico en las instituciones médicas.
En 2014 en “Alergia, Asma e Inmunología Clínica”, la revista oficial de la Sociedad Canadiense de Alergia e Inmunología Clínica (CSACI, siglas en inglés), los investigadores William Gerth, Stephen Betschel y Arthur Zbrozek publicaron un artículo que da cuenta de esta situación en el sistema sanitario del país del norte de América.
El eje que eligieron para abordar la temática fue las ventajas que implicaría un cambio en el tratamiento en pacientes con inmunodeficiencias primarias y secundarias: el pasaje de un tratamiento de inmunoglobulina intravenosa hospitalario (IVIg) a la terapia de inmunoglobulina subcutánea domiciliaria (SCIg). Entre diferentes beneficios los autores plantean uno que cobra otra dimensión en estos tiempos donde la carencia de enfermeras y el sobretrabajo del personal sanitario se convirtió en moneda corriente en los diferentes sistemas de salud del mundo entero.
Los datos estadísticos que proponen son contundentes. Por ejemplo, demuestran que el cambio del 50% de los 5.486 pacientes en tratamiento por inmunodeficiencias primarias y secundarias de una terapia hospitalaria a una domiciliaria significaría para el sistema sanitario canadiense un ahorro de 223,3 enfermeras trabajando a tiempo completo. Algo no menor es la reducción en los costos laborales que implicaría esa modificación: unos 18,5 millones de dólares. Y si ese cambio de terapia se trasladase del 50% al 75% de los pacientes, el ahorro sería exponencialmente mayor: de 223,3 enfermeras trabajando full time se pasaría a 335, mientras que la reducción económica llegaría a los 28 millones de dólares aproximadamente.
Los autores de la investigación llegan a estas cifras teniendo en cuenta dos datos fundamentales: el tiempo de trabajo y capacitación que implica cada tipo de terapia para una enfermera. El tratamiento hospitalario (IVIg) requirió anualmente para una enfermera 57,2 horas de tiempo y 14,3 visitas por paciente al año. A estos datos hay que sumarle que una sesión de infusión durante cada visita al hospital lleva unas 4 horas. En cambio, la administración de la terapia domiciliaria (SCIg) requiere 12 horas durante el primer año (6 de formación y 6 de visitas para el seguimiento), y 6 horas de visitas durante cada año posterior.
La evidencia sobre los beneficios en el sistema sanitario de la nueva terapia para el tratamiento en pacientes con inmunodeficiencia primaria y secundaria pareciera no tener discusión después de la lectura de esta investigación. Y más todavía si se suma una necesidad primordial en tiempos de COVID-19: la terapia de inmunoglobulina subcutánea domiciliaria (SCIg) ofrece la alternativa de permanecer en el hogar y reducir la posibilidad de contagiarse puertas afuera. Y eso, en los meses que corren y en los que vendrán, no es un dato menor.
Este artículo fue realizado en base al estudio publicado en Gerth et al. Allergy, Asthma & Clinical Immunology 2014, “Implications to payers of switch from hospital-based intravenous immunoglobulin tohome-based subcutaneous immunoglobulin therapy in patients with primary and secondary immunodeficiencies in Canada”. Por: William C Gerth1, Stephen D Betschel and Arthur S Zbrozek.